

Aquella noche logró ser diferente, compitiendo cono todas las demás que habíamos compartido juntos. Después de una intensa hora viendo tus dedos acariciar las cuerdas de una guitarra mientras yo acompañaba tu melodía con mi voz, nos pusimos de pié y con una sonrisa infinita te pregunté si querías bailar.
- ¿Sin música?
- Claro.
- Pero no me pises.
- No lo haré, tú a mi tampoco.
- ¿Habías bailado así alguna vez?
- Sí, pero con música. ¿Y tú?
- También, con música.
- Tú eres mi música...
- Y tú eres mi voz.